Hace aproximadamente unos tres años (marzo de 2011), escribí en este mismo blog una entrada sobre “Los Grecos de la capilla de San José de Toledo [1], a propósito de las pinturas de El Greco que allí se guardan y de las que fueron enajenadas por sus propietarios a principios del siglo XX.

Esta entrada, la más visitada de este blog, ha cobrado una nueva actualidad, con motivo de la celebración en 2014 del IV centenario de la muerte de El Greco, conmemorada por todo lo alto en la Ciudad Imperial, con magnas exposiciones y apertura al público de los Espacios El Greco, alguno poco conocido del público como el convento de Santo Domingo el Antiguo y otros totalmente desconocidos, al estar cerrados desde hace muchos años, como sucede con esta capilla de San José que hemos visitado este año por primera vez en la vida.

Al actualizar ahora estos datos, me ha parecido oportuno mantener los correspondientes a la introducción y a la historia de la capilla, manteniendo, con algunas pocas modificaciones, lo entonces escrito, y completar los contenidos de la segunda parte, con lo relativo a lo observado en la visita a esta capilla.

Introducción

La ciudad de Toledo guarda en su laberinto urbano, joyas ocultas que muchos forasteros y aún los propios toledanos, desconocen. Uno de estos tesoros escondidos es la capilla de San José, sita en la calle Núñez de Arce, muy cerca de la parroquia de San Nicolás y no lejos de la plaza de Zocodover, centro neurálgico del casco histórico.

La actual calle de Núñez de Arce (creo que antes se llamaba Torno de Carretas o del Correo), formada en su mayor parte por casas nobles y palacios tenía una importancia singular en el Toledo renacentista, ya que por ella accedían a la ciudad las comitivas de personajes importantes para dirigirse a la Catedral o al Palacio Arzobispal[2].

En dicha calle y en el número 7, en uno de los rincones más sorprendentes y encantadores de Toledo, se encuentra la capilla de San José, adosada al palacio de los condes del Vado y de Guendulain, actualmente propiedad de los marqueses de Eslava, que hoy vamos a visitar con motivo de su apertura al público durante la conmemoración del IV Centenario 2014 de El Greco.

Principalmente, lo que nos interesa de esta capilla son sus dos Grecos, el “San José con el Niño” y la “Coronación de la Virgen”, únicos que restan en el sitio, luego de que en 1907, un antepasado del actual titular, el político conservador  Joaquín  María de Mencos y Ezpeleta, Conde de Guendulain, vendiera a un marchante francés, por 300.000 francos, otros dos soberbios Grecos conservados en la capilla, que hoy  se guardan en la National Gallery de Washington:  “San Martín partiendo la capa” y “La Virgen y ángeles  acompañados de Santa Martina y Santa Inés[3]. Una autentica desgracia y uno de los muchos latrocinios legales que tuvieron lugar en Toledo “la despojada”.    

La pista de estos dos Grecos supervivientes, desconocidos para el gran público hasta la apertura de la Capilla, me la dio hace unos años un libro, primorosamente editado en 1961 por ediciones Hauser y Menet, titulado “Una obra maestra de El Greco. La capilla de San José de Toledo[4], adquirido en un puesto de libros de El Rastro por un precio interesante (10€) y del que es autor el Dr. Halldor Sohener, quien fue destacado historiador del arte y director de museos, especialista en la obra de El Greco.

Como es habitual, antes de comentar estas obras de arte, nos hemos documentado[5] sobre la historia de esta fundación que es la que resumimos a continuación.

Historia de la capilla de San José

La capilla de San José de Toledo la fundó un rico  y generoso comerciante, quizás un converso, de nombre Martín Ramírez, muerto en 1569[6].  Cuentan las crónicas o la leyenda, que para el caso es lo mismo, que viendo este caballero próxima su muerte y no teniendo descendientes directos, pues era soltero, quiso dejar sus bienes temporales a obras divinas y, estando ya en su lecho de muerte fue convencido por un padre jesuita, llamado Pablo Fernández de que “lo mejor sería que emplease su patrimonio en un fundación carmelitana” (Soehner). Convencido el moribundo de que esto era lo mejor para su alma dejó encargado de la fundación a su hermano Alonso Álvarez Ramírez  y a su cuñado (o yerno del anterior) Diego Ortiz de Zayas, “apodado “el teólogo” por sus muchos conocimientos” (Martínez-Burgos), quienes a tal fin se pusieron en contacto con Teresa de Ávila, la cual se trasladó a Toledo para tratar el asunto, el 24 de marzo de 1569.

Al año siguiente, las monjas, con el dinero que les dieron los albaceas, compraron unas casas  que antes fueron del marqués de Montemayor[7], y que luego formarían el palacio  de los condes del Vado y de Guendulain, con la obligación de erigir al lado suyo una  capilla. Las monjas permanecieron en dichas casas trece años, hasta 1584, pero la falta de dinero no les permitió cumplir lo pactado por lo que desistieron del proyecto mudándose a otro lugar de la ciudad. Entonces, los herederos de Martín Ramírez, después de un largo pleito para hacerse con la frustrada fundación carmelitana, decidieron erigir una capilla cuyas obras comenzaron en 1588 y terminaron, tras alguna interrupción, en 1596, aunque la capilla  fue consagrada antes, el 26 de diciembre de 1594.

La capilla y esto fue una gran novedad, se dedicó a San José cuyo culto, desconocido hasta entonces, empezaba a florecer en el siglo XVI, fomentado, en gran parte, por la Santa de Ávila quien había dedicado ya al padre putativo de Jesús su primera fundación (monasterio reformado de San José de Ávila, en 1563)[8]. A la influencia de la Santa cree Soehner que se debe la elección de santo patrón para la capilla “viniendo a ser la primera iglesia o capilla dedicada originalmente al santo en toda la Cristiandad[9] .

Los fundadores de la capilla la dotaron ricamente y la pusieron bajo el patronato de sus parientes, los marqueses de San Antonio, pasando luego a los condes de Guendulain y más tarde a los actuales patronos los marqueses de Eslava.

En 1597, según un contrato hallado por Soehner en el Archivo de Protocolos  de Toledo, otorgado por “el dotor Martín Ramírez[10], clérigo presbítero, patrón y capellán mayor de la capilla de los capellanes del senor san Josef desta ciudad de Toledo, que doto y fundo la buena memoria de Martín Ramírez, difunto vezino que fue desta ciudad de Toledo” y por “Dominico Theotocopuli Greco, pintor vecino de Toledo”, este se obligó a realizar tres retablos, principal y colaterales “conforme a la traza que de ellos esta dada”. La obra,  debía estar terminada, según contrato, el día de la Virgen de agosto de 1598 pero el pintor se retrasó en el cumplimiento del encargo y al final tuvo serias diferencias con su patrono en cuanto la valoración del trabajo. La escritura de concordia que firmaron patrono y pintor el 13 de diciembre de 1599, valoró la obra, por acuerdo de los tasadores en 31.328 reales.  Al parecer hubo pleito por la tasación que el patrono consideró elevada, aunque finalmente desistió y acabo por aceptar la tasación. Se duda sobre si esta tasación lo fue solo por el retablo principal, como aprecia Pérez Sánchez, o por el conjunto de arquitectura y pintura de los tres retablos, lo que Álvarez Lopera[11] considera más probable, si se compara el precio de la tasación de esta obra con otras pinturas del cretense[12]


Años más tarde de la colocación de los retablos se instalaron los sepulcros de los fundadores, Martín Ramírez y Diego Ortiz, en sendos nichos a cada lado del altar mayor. Soehner atribuye el diseño de estos sepulcros con decoración escultórica a Jorge Manuel, el hijo de El Greco, y supone, como fechas para la realización de estos, los años 1610-20.

A fines del siglo XVII, ya bajo Carlos II, el santuario de la capilla fue pintado y decorado de nuevo conforme a las exigencias artísticas y gustos de la época. Los frescos de la bóveda del ábside tratan la historia de San José y María así como los del coro, con rica ornamentación, pudieron ser obra de Claudio Coello, según Soehner o, más probablemente, de José Jiménez Donoso, según otros. Durante este mismo siglo y el siguiente se adornó la capilla con muchas pinturas al óleo que todavía cubren todavía las paredes laterales que al tiempo de la construcción estaban enlucidas.

El episodio más triste de la historia de esta capilla, al que ya hemos aludido  al principio, tuvo lugar en 1906 cuando fueron vendidos por su propietario, el  conde de  Guendulain, los dos cuadros de El Greco que figuraban en los retablos laterales “La Virgen con el Niño en gloria con las santas  Inés y Martina” y “San Martín partiendo su capa con el pobre”, también conocido como “San Martín y el mendigo”. La historia de la venta de estos cuadros  a un anticuario francés, M. Parés, por 30.000 duros, la contó la escritora y periodista Carmen de Burgos “Colombine”, por entonces “desterrada” en Toledo. Según cuenta Colombine en  sus  “Memorias” ni el Arzobispado, ni el Gobierno Civil ni el Ayuntamiento  de la época movieron un dedo por impedir la venta de estos cuadros  solicitada por su propietario “para atender  a los gastos de las reparaciones de la capilla y para fundar otras capellanías”. “Entre todos la mataron” sentencia la afamada y combativa periodista y los cuadros fueron finalmente a la colección  Widener de Filadelfia[13] y de allí a la National Gallery de Washington, donde actualmente se encuentran (ahora temporalmente han vuelto a Toledo).

Descripción de la capilla 

Provisto de nuestra entrada, adquirida por Internet al excesivo precio de 8€, me planto a la hora convenida delante de la capilla cuya verja y puerta de entrada veo abiertas por primera vez en mi vida.

Exterior

La capilla es un buen ejemplo del arte herreriano siendo su arquitecto Nicolás  de Vergara el Mozo (1542-1606), muy vinculado a la orden carmelitana, y que se ocupó de todos los detalles  constructivos y decorativos.



Al exterior los muros son de mampostería y ladrillo, con una portada realizada en granito y compuesta por un arco de medio punto, enmarcado por dos columnas de fuste liso y capitel dórico que soportan el entablamento y el frontón triangular con acróteras de bolas. El friso lleva una inscripción que dice así: BIS GENITI TUTOR, JOSEPH, CONIUXQUE PARENTIS,/HAS AEDES HABITAT, PRIMAQUE TEMPLA TENET/ (José, tutor del hijo de Dios, y esposo de su madre, habita esta casa, y tiene en ella su primer templo).[14]

En el arranque del tejado hay una gran galería de arcos de medio punto[15], por encima de la cual se encuentra una espadaña cuyos laterales ostentan volutas y que corona un frontón triangular rematado por una cruz.

Las puertas son de madera con estoperoles (clavos de cabeza grande y redonda), herrajes, cerrajas y llamadores de hierro forjado, del siglo XVII.

Interior

Antes de entrar, en el atrio, una amable empleada me indica que el tiempo sugerido para la visita son 15 minutos. Ahorro exteriorizar cualquier comentario, aunque para mi fuero interno pienso que no es de recibo escatimar el tiempo que cada uno dedique a la contemplación de la capilla y de sus elementos artísticos, algo que no sucede en ningún otro museo o exposición, que yo recuerde.

Obvio es decir que no está permitido hacer fotografías y que la información que recibe el visitante se limita a la que figura en una cartela interior, bastante somera, por cierto.

En su interior, compruebo que la capilla es un edificio de planta centrada cubierto por cúpula, siguiendo un eje longitudinal. En la planta podemos distinguir tres espacios: la entrada que es un vestíbulo rectangular con bóveda de cañón donde está situado el coro alto; en medio, un cuerpo principal cuadrangular cubierto con cúpula semicircular sobre pechinas y, finalmente, el presbiterio cubierto con bóveda semicircular de media naranja, al que se accede por medio de dos escalones (añadidos en el siglo XVIII).

Previo a centrarme en los dos cuadros de El Greco hago un recorrido visual por los muros laterales donde hay gran número de lienzos y algunas tallas que no parecen de gran calidad.

Comenzando, de forma heterodoxa, por el lado del Evangelio (izquierda, según se entra), podemos ver una “Virgen con el niño”, (siglo XVI); “Santa Catalina” coronada de espinas y abrazada a un crucifijo (siglo XVII); una cuadro grande de “Cristo en la cruz”, muy tenebrista (siglo XVII); un “Niño Jesús abrazando una cruz” (siglo XVII) y otra “Virgen con el Niño” en su regazo, de influencia italiana (siglo XVII). En el retablo lateral[16] de este lado donde estuvo el cuadro de El Greco “San Martín y el mendigo” hay una pésima copia del original.

Retablo mayor



El retablo mayor resulta bastante complejo y ha sido considerado “como la obra más revolucionaria de El Greco, por el carácter tan dinámico y por la estructura de “retablo dentro de otro retablo[17], aunque no se conserva tal y como lo diseño el cretense al haberse añadido a la parte central en el siglo XVII nuevos elementos barrocos. Supone, según  Soehner, una innovación con respecto al retablo tradicional porque no se organiza en varios cuerpos que alojan cuadros superpuestos, sino que acoge una sola escena de gran tamaño retablo mayor, por lo que escribe, “ocupa una posición particular en la historia de la arquitectura  del retablo español[18].

Su estructura se adapta a las paredes, por lo que es un retablo oblicuo y no recto. Esta realizado en madera dorada y policromada y consta de un cuerpo y ático, limitado a los lados por altas pilastras que terminan en semifrontones en forma de segmentos; entre estas y el cuerpo del retablo se sitúan dos tallas en madera policromada de bulto redondo colocadas sobre ménsulas que representan al rey  David, con el arpa y coronado, y a Salomón (posiblemente añadidas en el siglo XVII)[19].

El cuerpo central, se halla flanqueado por dobles columnas corintias estriadas, que sostienen el entablamento recto y sobre él un gran cartucho con una cabeza de ángel alada; está rodeado de formas vegetales que parecen posteriores al retablo. En este cuerpo central, bajo un arco de medio punto, va el lienzo de “San José con el Niño”, de El Greco, que luego describiremos. En el ático, enmarcado por pilastras, aparece un recuadro rectangular que alberga el otro cuadro de El Greco, un óleo sobre lienzo de la “Coronación de la Virgen”; el lienzo va rematado por un frontón triangular y en su parte delantera lleva dos tallas exentas de los obispos mártires Ponciano y Lucio.

El programa iconográfico de este retablo (al igual que sucede con los retablos laterales), añade Alvarez Lopera[20], está relacionado con la dedicación de la capilla a San José y su utilización como lugar del enterramiento del fundador Martín Ramírez. En el retablo mayor la imponente figura de San José, representado como  protector y guía de Jesús domina el conjunto. A su lado, las estatuas de David y Salomón recuerdan la ilustre ascendencia del santo patriarca. La escena del ático con la Coronación de la Virgen nos muestra al completo a la Divina Familia. De este modo, como ya viera Soehener “el programa pictórico repartido en dos zonas, expresa, ante todo la unión íntima de la Sagrada Familia en el orden terrenal y el celeste”. De otro lado, la dedicación funeraria a la capilla, explica la aparición de las estatuas de los papas Ponciano y Luciano (santos del día del nacimiento de los fundadores) en el ático del altar mayor.

Por debajo del retablo, se encuentra el sagrario y a ambos lados sendos relicarios en madera dorada con columnas estriadas y frontón curvo con un angelote en el tímpano y bolas de remate (siglos XVI-XVII).

En cuanto a las pinturas murales que decoran la bóveda, atribuidas a José Jiménez Donoso, el pintor de Consuegra, de muy buen colorido, tratan de la historia de José y María en tres cuadros desarrollados dentro de unos óvalos: en el lado del Evangelio (izquierda), el “Sueño de San José; en el lado de la Epístola (derecha), los “Desposorios de la Virgen” y en el centro “Nacimiento de Cristo”, todas ellas rodeadas de profusión de guirnaldas y de alegres angelitos que juguetean por las alturas.

Sepulcros

A ambos lados del altar, en sendos nichos, están los sepulcros de los fundadores Martín Ramírez y Diego Ortiz, colocados seguramente después de 1611, fecha del fallecimiento de este último. Estos nichos llevan una decoración pintada típica de la época que imita labores de mármol y se identifican respectivamente por lápidas escritas en latín que ensalzan  las virtudes y las obras piadosas de los difuntos así como los motivos de la fundación[21]. Dentro de los nichos van los sepulcros, realizados en mármol y coronados por un obelisco rematado en bola; a los lados, fijémonos en los dos angelitos de los que se dice fueron obra del hijo de El Greco, Jorge Manuel. El conjunto es elegante dentro de la sobriedad.

Sobre cada uno de estos dos sepulcros hay dos lienzos de gran tamaño: “Santa Teresa de Jesús en éxtasis”, con ángeles, uno de los cuales le atraviesa con una flecha el corazón (siglo XVII)[22] y el “Retrato de Martín Ramírez”, sentado escribiendo a la mesa (siglo XVII).

A ambos lados del presbiterio, vemos dos tallas, ambas del siglo XVIII, un “San José con el Niño” (izquierda) y una “Virgen del Carmen con el Niño” (derecha). 

En el lado de la Epístola (derecha), en el muro lateral, pueden verse otros cuadros; en lo alto,  hay  un “San Pablo” (siglo XVIII), un “San Pedro”, pareja con el anterior y en medio de los dos un ”San Jerónimo penitente” (siglo XVIII); por debajo un “Bautismo de Cristo” (siglo XVI) y otro santo sin identificar. El retablo lateral, que albergó el cuadro de la “Virgen con Santa Martina y Santa Inés” (sustituido por una mala copia) es en todo idéntico al del lado del Evangelio.

Los cuadros del retablo mayor



 El “San José con el Niño del altar mayor es, a juicio de Álvarez Lopera, una de las mayores creaciones del pintor y además muy original en su iconografía. En efecto, durante toda la Edad Media, San José había sido tratado como una figura secundaria dentro del marco de escenas mayores y solo a partir de 1500, en Alemania y en los Países Bajos, se le representa con la categoría de figura independiente. El Greco, lo que hace es introducir esa representación en España, “aprovechando” que el Concilio de Trento había prestado un nuevo auge al culto al santo patriarca y cambiado la imagen que hasta entonces se tenía de él como un varón provecto y no  como un hombre joven, fuerte y vigoroso tal como aquí nos lo representa[23].

Conforme a esta nueva figuración, San José aparece como caminante, protector y guía del Niño Jesús. Viste  túnica azul y manto amarillo y lleva en su mano derecha un largo bastón que, como advirtió Soehner, sirve al tiempo de bastón de caminante y de cayado o báculo pastoral, al encorvar su extremo superior,  que simboliza  la doble dirección material y espiritual que, en virtud de sus excepcionales méritos, presta San José al Niño, el cual, vestido de granate, se arrebuja en el cuerpo de su padre putativo buscando y reconociendo su protección.

En la parte superior, un grupo de ángeles se precipita desde las nubes expresando asimismo el simbolismo de las imágenes: el gran ángel  vestido tiene en su diestra un lirio, símbolo de la inocencia y pureza de alma, el símbolo de la virtud de San José  por su casto desposorio con María. En su mano izquierda lleva un manojo de rosas, símbolo del amor y el júbilo celestial,  que el ángel de la derecha esparce sobre el santo. El otro ángel, a la izquierda trae una corona de laureles, el símbolo de la fama eterna que el santo patriarca ha merecido por su conducta ejemplar.

En el fondo del paisaje se distingue la silueta de la ciudad de Toledo, que aparece pintada aquí por vez primera,  si bien, para no tener que renunciar a la representación de ninguno de sus monumentos emblemáticos, el pintor ha partido en dos la panorámica haciendo aparecer como discontinuo lo que en realidad está unido (la torre de la catedral y el Alcázar quedarían en caso contrario detrás de las figuras de San José y el Niño ).

Con esta representación, escribe Soehner, “el Santo se remonta sobre la Tierra en tamaño sobrehumano: un gigante que custodia el mundo y que vela sobre él. Así se hace visible la excelsitud de San José, quien se convierte en el símbolo del “héroe cristiano”, que protege a la Tierra y en especial a Toledo[24].



En el otro cuadro, el del ático, la “Coronación de la Virgen”, del que lamento no poder ofrecer una imagen en color, el artista retomó un modelo muy popular en el arte italiano, que ya había utilizado en el retablo  de Talavera la Vieja, con el que los críticos lo relacionan. 


Coronación de la Virgen. Retablo de Talavera la Vieja
La diferencia es espacial, el formato vertical de aquel retablo se trasforma en este en un formato apaisado, pero la composición, dividida en dos zonas, es idéntica. Álvarez Lopera también observa que aunque entre ambos cuadros existen similitudes, “aquí se ha acentuado la tendencia al alargamiento de las figuras que aparecen también algo desmaterializadas y la Virgen ha cobrado una mayor plenitud y flexibilidad corporal”.

En la zona inferior, un grupo de santos contempla la escena de la Coronación: San Juan Bautista y San Juan Evangelista, San Pedro, Santiago y otros dos apóstoles sin atributos, quizás San Andrés y San Pablo (la elección de estos santos era, por lo general,  objeto de acuerdo entre el patrono y el pintor). El grupo deja entre ellos un espacio triangular abierto hacia arriba en el que se inserta la figura de la Virgen. El enfoque, de abajo a arriba, y la iluminación contribuyen a dar una sensación de lejanía y acentúa el papel intermediador  de los santos entre la Coronación y los fieles.

En la zona superior, donde se representa la escena de la Coronación, “María lleva  un manto azul prusia y túnica rojo graniza, colores que repercuten en el rojo granate de las vestiduras y el azul del manto de Cristo” mientras Dios Padre aparece vestido de blanco. Estos colores, ardientes y brillantes son los que reserva El Greco para las personas celestiales en todos sus cuadros.

Renunciamos a la descripción de los dos cuadros que figuraban en los retablos laterales tan lamentablemente perdidos[25]. El lector puede encontrarlos temporalmente en la exposición “El Griego de Toledo” en el Museo de santa Cruz (hasta el 14 de junio de 2014). Nunca estuvieron tan cerca. Me hubiera gustado verlos de nuevo en el sitio para el que fueron pintados, cada uno en su retablo, pero parce ser que la capilla no reúne las condiciones requeridas para su perfecta conservación.

Hasta aquí lo visto. Solo queda disfrutar la visita y sacar partido de los 8€ empleados. Por supuesto, cualquier comentario, observación o  corrección de lo escrito será bienvenida.

© Manuel Martínez Bargueño
Abril, 2014

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Gracias. Manuelblas.


NOTAS


[2]Rosario Díaz del Corral “Toledo Renacentista. Arquitecturas de Toledo. Volumen II. Del Renacimiento al Racionalismo”. Servicio de Publicaciones de la Junta de Comunidades  de Castilla-La Mancha  1992, pág.41.

[3] Estas dos  pinturas de El Greco pueden contemplarse en la exposición “El Griego de Toledo” en el Museo de Santa Cruz, del 14.03 al 14.06 de 2014.

[4]Una obra maestra de El Greco. La capilla de San José de Toledo”. Dirección y texto Dr. Halldor Soehner. Museo Nacional de Baviera. Nota preliminar Dr. Enrique Lafuente Ferrari. Museo de Arte Moderno, de Madrid. Ediciones Hauser y  Menet S. A. Madrid, 1961.

[5] A la entrada de la casa de los marqueses, un empleado vende (10€) la publicación, muy bien editada por Antonio Pareja, “El Greco en la capilla de San José” de la que es autora Paloma Martínez-Burgos García. 

[6] Según Palma Martínez-Burgos García  el comerciante Martín Ramírez nació en 1499 y murió el 31 de octubre de 1568.

[7] Las casas en cuestión,  según Paloma Martínez-Burgos García,  eran propiedad de Alonso Sánchez de Toledo y de Doña Bernalda de Quirós.

[8]La Orden carmelitana conservó esta tradición de forma que a finales del siglo XVIII estaban consagrados a San José doscientos de sus conventos. Pedro de Alcántara  extendió su culto a los franciscanos y los jesuitas le consagraron una capilla en sus iglesias españolas.

[9]Alfonso E. Pérez Sánchez. “Las series perdidas de El Greco. La capilla de San José en Toledo”, en El Greco de Toledo. Ministerio de Cultura. Dirección General de Bellas Artes, Archivos y Bibliotecas. Fundación Banco Urquijo, 1982, p.164. La nota la toma de Cossio.

[10]Este Martín Ramírez era catedrático de Teología de la Universidad de Toledo y sobrino del fundador del mismo nombre (Manuel B. Cossío. El Greco. Colección Austral Espasa-Calpe Argentina S. A. Tercera edición. 1965, pág. 164).

[11]José Álvarez Lopera.  “El Greco. La obra esencial”. Silex. 1993, pág. 190.

[12]Por “El Expolio” pagaron a El Greco 2.500 reales y por “El entierro del Conde de Orgaz”,  13.200 reales.

[13]Peter A. B. Wiedener fue un importante magnate de los ferrocarriles y apasionado coleccionista en los años finales del siglo XIX. Se interesó sobre todo por el Renacimiento italiano y por la pintura flamenca. Su afán coleccionista fue continuada por su hijo Joseph E. Wiedener que se apasionó por la obra de El Greco así como de autores modernos como Manet, Renoir, Degas, Sargent y Whislert. La colección, compuesta por  noventa pinturas, cuarenta y una esculturas y numerosísimas piezas de artes menores,  fue donada a la National Gallery con la condición de mantenerse y exhibirse unida.  

[14]Inventario artístico de Toledo capital." Tomo I. Centro Nacional de Información Artística, Arqueológica y Etnológica. Madrid 1983, pág. 379.

[15]La galería de la parte superior de una fachada es un elemento bastante frecuente en la arquitectura civil toledana del Renacimiento que permitía a sus moradores gozar de espléndidas vistas por encima de los tejados de los edificios circundantes.

[16] El retablo en si es típico del Renacimiento. Consta de un solo cuerpo  enmarcado por columnas de fuste estriado y capitel compuesto que sostienen el entablamento, friso y cornisa, sobre los que va el frontón triangular, rematado por tres bolas.

[17] Palma Martínez-Burgos. ob cit, pág.41.

[18] Este autor considera que este retablo supone una anticipación al “retablo ilusionista barroco” y lo considera la obra arquitectónica más revolucionaria de El Greco, haciéndolo derivar del  altar de Santa Bárbara en Santa María Formosa de Venecia.

[19] Bajo el pedestal de David corre una leyenda que dice así: “VÁSTAGO DEL UNIGÉNITO, REGIRÁ ETERNAMENTE EN NUESTRA CIUDAD, COMO UN FRUTO LLENO DE SEMILLA” y en el lado de Salomón dice: “JOSÉ CONFORMÓ SU SACRIFICIO CON EL VÁSTAGO Y DEJÓ LA GLORIA DE LA PATERNIDAD AL A VIRGEN MARÍA Y A DIOS".

[20]Álvarez Lopera, ob.cit. pág. 193.

[21] La traducción de estas lápidas al castellano es la siguiente, según el libro citado de Palma Martínez-Burgos: Enterramiento d Martín Ramírez: “Martín Ramírez, de noble linaje, distinguido por su devoción y culto a la religión, eligió para su sepultura este templo que había erigido por sus propios medios desde sus cimientos y protegido considerablemente, estableciendo e él ocho sacerdotes y determinado varios días solemnes. Para el Hospicio real fijó una importante cantidad anual, ordenó, que en lo sucesivo, quince ciudadanos, que habían de ser elegidos por el patrono, les fuese concedido una renta anual vitalicia y mandó dar un subsidio tres veces al año a pobres honrados de algunas parroquias. Estas y otras excelentes disposiciones demuestran su espíritu piadoso. Falleció a la edad de setenta años, el último día de octubre de 1569”. En el otro sepulcro, la inscripción dice: “Diego Ortiz y Dª Francisca Ramírez, su esposa, de noble linaje, de singular integridad y modestia, los primeros patronos de este templo, que habían erigido en gran parte con sus propios medios, cumpliendo al edificarlo el testamento de Martín Ramírez, establecieron aquí dos sacerdotes que habían de ayudar anualmente en las grandes y prolongadas solemnidades; después de señalar otra importante cantidad para otros fines, dejaron tras sí otros muchos testimonios de su religión y piedad por su liberalidad y munificencia. Y donaron grandes rentas para los futuros patronos y propietarios del templo en fideicomiso inalienable. La esposa falleció antes que su marido, ella a los treinta y nueve años, el 12 de mayo de 1579, y él, a los noventa años, el 30 de noviembre de 1611”.

[22] Atribuido a Antonio de Pereda.

[23]El primero en plasmar  por escrito las nuevas ideas sobre el santo fue en 1522 el dominico Isidoro Isolano en su libro “Summa de donis  S. Josephi”, pero el inspirador de la iconografia grequiana  sería el  profesor de Lovaina J. Molano a través de su obra “De historia sacrarum” (1570), que fue muy utilizada por los artistas y conoció múltiples reediciones. Molano aconsejaba representar  al santo como protector del Niño Jesús “juvenis, fortis  et volens, qui potuerit industria et labore aetatis virginem defendere”.

[24]Una versión reducida de esta composición  se guarda en el Museo de Santa Cruz de Toledo, procedente de la iglesia de la Magdalena. Algunos lo consideran boceto  para el cuadro de la capilla, “aunque se trate de una obra excesivamente acabada para ser considerada como tal”, según Álvarez Lopera.

[25] No puedo compartir la “justificación” que a esta operación da Palma Martínez –Burgos: “Una venta, sin duda, bienintencionada, puesto que el propósito era afrontar las muchas cargas testamentarias que había establecido el piadoso fundador y acometer los arreglos necesarios para que la capilla no se viniese abajo”  (Palma Martínez-Burgos, ob.cit, pág.38.)
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